domingo, 15 de noviembre de 2015

París es nuestro. No suyo.

Visité París por primera vez con 15 años. Un coche cama, Talgo supongo, nos llevó  mis padres y mi hermano desde Chamartín hasta una estación de París. La Gare du Nord, la de Sud, no recuerdo. El hotel estaba bien, desde la azotea se veía la Torre Eiffiel, a la que podíamos llegar tras 15 minutos de paseo por un (recuerdo), precioso Boulevard. Fue un viaje de turismo puro, de Eurodisney, Versalles, Arco de Triunfo, Torre Eiffiel, Louvre, Orsay... Todo, o casi todo andando. 16 horas en la calle. De monumento a monumento y tiro porque me toca.


Volví con 18 años, en el primer viaje al extranjero que hacía con Arantxa. Fue el 13 de septiembre de 2001. Al llegar al Charles De Gaulle el ejército patrullaba. Por si acaso. Repetí el itinerario que ya conocía. Ella no había estado. Unos adolescentes nos tiraron unos helados frente al Mouline Rouge por no hacerles caso. Tenían mala pinta (los chicos, no los helados). Era medianoche. El mejor hotel que pudimos pagar estaba en esa zona. Robábamos el pan y el embutido en el desayuno para comer a mediodía. Mi cuñada nos prohibió subir a la Torre Eiffiel. Por si le estrellaban un avión. Me enfadé, pero no subimos. El miedo ganó esa pequeña partida.

Volví una tercera vez. Hace justo 5 años. En noviembre de 2010. Un fin de semana. Subimos a la Torre Eiffiel. Le pedí a Arantxa que se casara conmigo arriba del todo. Nuestro hotel estaba a 2 minutos andando de allí, cerca del puente donde murió Lady Di y los Inválidos.
Subimos a Notre Dame. Nevaba. Paseamos entre las luces de navidad de los Campos Elíseos, por el barrio latino, por los bulevares cerca de la Sorbona, del Panteón, junto al Sena. La Plaza de la Bastilla, Père Lachaise, la Plaza de la República. El París que intentaron asesinar el viernes.

En mi siguiente visita quizás pasee por el Bd Voltaire, Bataclan, Le Carrilon... Ese turismo macabro de WTC, Atocha o Liverpool Street.

Casi todos tenemos un París en la memoria.Y todos se parecen aunque todos sean distintos. Y nunca será el que ellos quieren sino el nuestro. Yo quería escribir el mío, que cuelga además de la pared de mi dormitorio

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